domingo, 18 de diciembre de 2016

Fuego...

Hoy que arde una vela roja, bajo las cenizas de mi gata,
quemaría un contenedor de madrugada.

Hoy que llevo casi cinco años sin trabajar, pondría una bomba en mi empresa
y la vería explotar.

Hoy que mi madre se muere de aburrimiento, en una residencia de casi-muertos,
quemaría con mi mechero su nacimiento.

Hoy que llevo no sé cuánto tiempo sola, en una casa abarrotada,
con gusto la quemaba.

Hoy que no recuerdo cuánto hace que no te veo,
me echaría gasolina y me prendería fuego.



domingo, 11 de diciembre de 2016

Descansa en paz, Rita

He buscado alguna foto suya, pero debió perderse en alguno de los portátiles que me he cargado y que los gatos me han ayudado a destrozar, y olvidé guardarla en la nube. Además nunca se estaba lo bastante quieta como para sacarle una foto.

Pero se parecía mucho a esta gata que he encontrado con google. Con la diferencia de que mi Rita sólo tenia un rabito corto de nacimiento.


Paso todos los días en casa como una hermitaña. Y justo el día que me voy fuera, a la sierra, intentando desconectar y pasar un buen día, cuando vuelvo a casa ya anochecido me encuentro a Rita en el umbral entre el vestíbulo y el salón. Inmóvil. Creía que estaba muerta. La toco y está fría, los ojos vidriosos. ¿Qué hago? Vuelvo a mirarla, la soplo en la boca, la aprieto el pecho y su lengua se mueve, no está muerta, respira un poco aún. Pero no se mueve.

Llamo al 010 porque no sé a quién llamar, me dan dos números de dos veterinarios de urgencias, la envuelvo en una manta, cojo el coche, voy a la veterinaria que ha contestado mi llamada.
Al llegar, la chica primero dice que está muerta, luego ve que le late el corazón. Bajamos a la zona de consultas, la pone en una mesa, la mete un tubo en la tráquea y enchufa otro tubo para meterla aire. Yo la veía muy torpe la verdad. Le ofrecí mi ayuda y aunque la declinó al final sí que la necesitó. No sabía encender el foco central y tuve que encenderlo yo. No sé cuánto tiempo estuvo insuflándole aire en los pulmones. La lengua pasó de azulada a rosada, el corazón le latía, pero no había ninguna reacción. Y no respiraba por sí misma... Me dijo que si salía de esa sería un milagro y no la ponia ninguna inyección ni hacía nada más que meterle aire, aire inútil en los pulmones...
Le dije que lo dejara. Si había estado sin oxígeno, su cerebro sería un vegetal...

Se quedó allí, fría e inmóvil sobre la manta que dejé, con la que le tapó la veterinaria. Olvidé despedirme. No podía dejar de llorar. Goterones cayendo de mis ojos, en silencio. A trompicones subí las escaleras... Sólo tenía cinco años...

Rita era la gata más lista y más saltarina de todos mis gatos. No se estaba quieta. Y la más cariñosa. Intentaba lamerme la boca mientras ronroneaba muy fuerte y amasaba sus manitas en mi cuerpo.
Nunca sabré lo que le ha pasado. La chica me dijo que había podido ser un fallo renal o una hemorragia interna, porque esta mañana a las 11 estaba bien. Pero me despertó lamiéndome la cara, arañándome el pecho, ronroneando muy fuerte, como si supiera que le pasaba algo. Y yo no le entendí, me arreglé, cogí el coche y me fui sin saber lo que iba a encontrar.

Cada vez que veo a Cluny me la recuerda. Mismo color, 3 kg más... Macho castrado.



Pero no es Rita. Hacía mucho que no se me moría un gato. Desde que vivía en el pueblo, hace más de 16 años. Y duele. Duele mucho. Como si muriera una parte de mi. Un miembro de mi familia.
Rita me daba alegría, aunque me clavara sus uñas y se subiera por los armarios más altos y me tirara cosas. Me pregunto por qué tengo tan mala suerte, por qué tal sucesión de desgraciados acontecimientos...

He pedido que la incineren de forma individual. Cuesta una pasta, pero he sentido que se lo debía.
Luego he visto que en Arganda del Rey hay un cementerio de mascotas. No sé, pero mis gatos son mejores que las personas. Mejores que mi familia. Mejores que mis amigos que los he ido perdiendo poco a poco.

Mis gatos no me dejan. Sólo cuando dejan de respirar, como Rita.

Descansa en paz en un prado lleno de ratones, Rita... Aunque sé que no existe. Y tampoco eso me consuela.

domingo, 4 de diciembre de 2016

Duda existencial

El otro día tuve una especie de revelación, a la que no dejo de darle vueltas por lo evidente que es pero que ha puesto patas arriba toda mi existencia...

Desde pequeños, nos enseñan una enorme cantidad de datos que van llenando de información nuestras neuronas. Primero en la escuela.



Luego en la universidad, quien llegue a estudiar una carrera. Datos y más datos, todo teórico.



Que deberían prepararnos para el mundo laboral y entrar en una buena empresa, pero pronto nos damos cuenta de que apenas recordamos tantos datos y que lo que se nos pide es experiencia. Experiencia que se va consiguiendo a la vez que se trabaja. Curioso, ¿no?





Pero mi reflexión fue más allá. Si has empezado en primaria y has llegado a hacer una carrera, has estado estudiando y haciendo exámenes de datos inútiles entre 15 y 18 años (en mi caso fueron 22 porque la carrera superior de informática se me atragantó). Genial.

Y a todo esto. ¿Quién nos enseña a vivir, a relacionarnos con los demás, a estar bien con nosotros mismos, a ser felices en resumidas cuentas? Todos y nadie en particular.

En teoría deberían ser los padres.



O tal vez los maestros y profesores.



¿O quizá la sociedad en su conjunto?



Si has tenido suerte y no has tenido malos ejemplos o vivido hechos traumáticos o influencias negativas en tu familia, en la escuela y en la sociedad, tal vez cuando tengas una mediana edad disfrutes de familia y amigos.



Pero si tus padres sólo discutían.



Si tuviste una infancia aislada  y problemática con otros niños. Si la sociedad donde creciste te discriminaba...  El resultado será la soledad.



Y no es justo, joder, no es justo.

Así que yo propongo que desde primaria hasta cuando sea exista una asignatura de inteligencia emocional que nos enseñe a tener autoestima y querernos a nosotros mismos (y relacionarnos adecuadamente con los demás).